jueves, 1 de marzo de 2012

LOS PRIMEROS AÑOS

Mucho tuvo que sufrir Sor Mónica por la incomprensión de algunas religiosas que no entendían lo que le pasaba. Esto se agravó, porque el padre Alcalá decía que todo eso era obra del demonio, que quería jugar con la Comunidad. Solamente la Priora, Madre Dolores, trataba de comprenderla y ayudarla. Felizmente, en 1914 consigue que el padre Cantera sea su director espiritual y, desde ese momento, ya ella misma tiene más seguridad de ir por buen camino y lo mismo la Superiora. El padre Cantera, un agustino recoleto, doctor en filosofía, doctor en derecho canónico y licenciado en teología, fue el instrumento de Dios para lanzarla a velas desplegadas por los caminos de la mística.



Sor Mónica centraba su vida en Jesús Eucaristía. El padre Cantera pensaba que podía tener a Jesús Eucaristía permanentemente en su corazón. Y en una de sus notas escribe: Ella me dice que “desde que tengo a Jesús en mi corazón, lo llamo y me responde y lo siento”. Y añade él: ¿Es por la incorrupción de las especies sacramentales?

El Señor le regaló los estigmas de su pasión para que participara con Él de sus sufrimientos por la salvación de los pecadores. Dice el padre Cantera: Las llagas comenzaron en el noviciado (1908). A veces, corría mucha sangre y con trapos la empapaba. Comenzaban el jueves a las 12 de la noche y se cerraban automáticamente el viernes a la misma hora. En tiempos de la Cruzada (1936-1939) cesó la sangre, pero tenía los dolores, porque entonces vivía con seglares.

Decía ella: ¡Qué alegría, padre mío, mi pecho es un sagrario y en el sagrario no hay nadie más que Jesús! ¡Ay, qué dicha es ésta! ¡Cómo no morirme de amor!

Y Jesús, desde el sagrario o desde la custodia, la llamaba para que fuera a visitarlo y adorarlo. Durante la guerra, ella fue de las más intrépidas. Iba a buscar la Eucaristía al hospital o incluso a la ciudad de Úbeda, para después ella misma dar la comunión a las religiosas que vivían en casas particulares. Sor Clara Garrido, que la conoció, dice que cuando estaba ante el Santísimo sacramento era tal su recogimiento que parecía un
Serafín.

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