lunes, 13 de febrero de 2012

ENTRADA AL CONVENTO

        Sor Mónica de Jesús se llamaba Basilia Cornago Zapater. Nació en la villa de Monteagudo (Navarra) el 17 de mayo de 1889. Sus padres eran muy buenos cristianos y tuvieron diez hijos; tres de los cuales, consagrados a Dios: sor Mónica, sor Sacramento, religiosa en su mismo convento, y el padre Tomás. Todos de la misma Orden de agustinos recoletos. También tuvo una sobrina religiosa, sor Dolores, de la misma Orden y dos sobrinos de la Orden hospitalaria de san Juan de Dios, Roque y Benjamín.

Sor Mónica fue bautizada el mismo día de su nacimiento en la iglesia parroquial de su pueblo. El sacramento de la confirmación lo recibió antes de cumplir un año de vida, en la misma iglesia parroquial, por el obispo de Tarazona Juan de Soldevilla.

Sor Mónica de Novicia
Su madre contaba que, cuando tenía tres o cuatro años de edad, se puso delante de un caballo desbocado, que se detuvo en seco. Cuando su madre le riñó, ella le dijo que el jinete iba a morir y estaba en pecado mortal. Ella quiso evitarlo y se metió prácticamente bajo las patas del caballo, que sólo le hizo una pequeñísima cicatriz en el rostro, que no la afeó en absoluto.

Cuando tenía cinco años de edad le dieron en una casa un poco de queso para merendar y, cuando se enteró de que era robado, le sentó mal y fue a pedir perdón al sacerdote del pueblo y a sus padres por haber cometido, según ella, un gran pecado.

Ya desde muy niña tenía inclinación a la vida religiosa. A veces, siendo ya jovencita, se pasaba toda la noche en la iglesia y su madre tenía que ir a recogerla en la madrugada. En alguna oportunidad, se equivocó de hora y fue a la iglesia a las tres de la mañana, queriendo llegar la primera al templo para estar con Jesús.

Basilia era regordeta, de ojos grandes y algo alta; de carácter fuerte, pero alegre y simpática. Siempre dispuesta a hacer favores a los demás. De los 16 a los 19 años estuvo en la casa de su abuela Simeona, atendiéndola. También estuvo varias noches seguidas velando a una amiga, llamada María Planillo, que estaba tísica, hasta que murió a los pocos días. Era tan caritativa que, algunas veces, les daba a los pobres hasta las patatas que su padre tenía para sementera; pero al enterarse éste, ella se humilló y le pidió perdón.

Hizo su primera comunión el 16 de mayo de 1901, a los doce años. Ese fue un gran día para ella. Dice su director espiritual: El día de su primera comunión vio al niño Jesús en la hostia en el copón. Su ángel (a quien llamará siempre el hermano mayor) la acompañó todo el día hasta la comida de la casa. Era muy pequeño, pero de esto nada dijo ella, porque creía que todos lo veían.

Ella misma en una carta le decía a su director el padre Eugenio Cantera: La primera vez que recuerdo haber visto al ángel fue el día de mi primera comunión. Pasamos a comulgar con las velas encendidas en las manos y yo casi me enciendo el manto blanco que llevaba, pues no me fijaba en nada y, entonces, fue cuando vino el ángel y me retiró la vela y la tuvo todo el tiempo que había que tenerla encendida. Lo mismo hizo en la procesión con la vela que, por cierto, recuerdo que en la procesión a una niña se le incendió el manto y se quemó parte de la cabeza.

P. Ángel Peña Benito, OAR

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